Línea 9
Inquietante, sus ojos clavados
en los míos, de pie en el colectivo que después de cruzar Ejército del Norte
rugía por Belgrano, dijo que en esa cuadra la ciudad volvía a cambiar de olor;
que así sabía siempre en qué mes estamos. Hablaba conmigo mientras contaba
distraída los golpes de las ruedas en las juntas de brea de los baldosones del
macadam. Terminando una frase inaudible en el bramido del motor, caminó hacia
la puerta, tocó el timbre, me saludó con la mano bajando liviana dos de tres
peldaños; oliendo el viento caliente de la siesta (brea, naranjos, vapor)
esperó a que el coche estuviese detenido, bajó con un saltito, giró la cabeza a
los dos lados -oeste... norte... este...- dando un largo paso al frente;
virando al oeste, levantó los ojos hacia el colectivo en que yo seguía camino,
y desplegó su bastón.